lunes, 16 de enero de 2012

Adiós a un zapato

Hace dos sábados me dirigía a la estación de trenes de San Bernardo y al pasar por la plaza Paul Harris que limita con ella frente al Tottus, ex San Francisco Estación me percaté que dicho lugar había perdido uno de sus pintorescos atractivos, una de sus características particulares, ese algo que me hacía recordarla especialmente, su gracia, su qué se yo.

Resulta que en esa plaza hay un árbol, pero eso no es lo novedoso (porque se espera que en toda plaza, plazuela o plazoleta haya al menos un árbol y/o un par de bancas). La gracia estaba en que ese árbol tenía en su tronco clavado un zapato.

Y me daba risa que tuviera un zapato clavado. Lo encontraba chori.

Una vez un caballero de la calle me dijo que ése zapato era del primer atorrante que vivió en la plaza (palabras de él). Ahora bien, no me consta que el señor que me contó la historia fuese efectivamente un "caballero de la calle" que pernoctase en la plaza, más bien me queda la sensación que era de estos viejitos medio vagabundos que alojan en el Hogar de Cristo o similares. Y más cosas no me constan porque mis recuerdos se pierden en el laberinto de los años pasados y probablemente el recuerdo completo quedó archivado en la carpeta "varios" o en la carpeta "random".

El porqué hablé con el caballero que me orientó sobre el origen del zapatín clavadín en el arbolín no lo diré porque me da ultra mega pajín y no vale la pena porque es fomesín.

Y puta, cuando caché que el zapato ya no estaba clavado fue como "¡Bah, no está! chucha qué mal". Me dieron ganas de averiguar las razones y mi primera ocurrencia fue preguntarle a la gente que andaba por el lugar, preguntarle a la señora que vende mote con huesillos probablemente o a algún transeúnte pero todo eso se me pasó por la cabeza sin dejar de caminar, por lo que cuando llegué a la estación me dio Doña Paja devolverme. "Lo haré otro día" me dije.

Al sábado siguiente fui de nuevo pa la estación y pasé de nuevo por la plaza. Miré de nuevo el árbol y confirmé que el zapato no estaba. No había nunguna señora vendiendo mote pero aunque hubiese habido diez viejujas no le hubiera preguntado a ninguna. Seguí hacia la estación.

Lo más seguro es que el próximo sábado pase de nuevo por la plaza pa ir a tomar el tren y confirme por tercera vez la ausencia del zapato. Me seguiré preguntando quién lo sacó y porqué, seguiré pensando que quizás sería bueno preguntarle a alguien y lo más probable es que siga mi camino sin hacerlo. Lo que pasa es que dirigirse a una persona e interrogarla sobre el paradero de un zapato que estaba clavado en un árbol hará que el aludido dude de mi cordura. "¡Oye la pregunta weona!" dirá.

Y siempre digo que perdí la vergüenza hace mucho tiempo, lo cual es igual verdad, pero resulta que igual es mentira, quedando en evidencia mi pudor culturalmente construido en situaciones como éstas... aunque una parte de mí sabe que de algún modo averiguaré el destino de aquel calzado. De hecho, escribir lo que estoy escribiendo es una forma de indagar, porque si alguien sabe lo que ocurió podría informármelo a través de un comentario.

La foto del zapato la tomó mi viejo como el 2005 y la guardó en el computador con el nombre de "zapato enarbolado". Han pasado muchos años, y por medio de estas líneas me despido de ti y enarbolo este pequeño homenaje, zapato enigmático, zapato misterioso, zapato cochino, zapato café, zapato guacho, zapato que marcó tendencia de antes que estuviera de moda colgar zapatillas en los cables.

Chao zapato culiao, nos vemos en el infierno.

Comentario final: No sé quién chucha fue Paul Harris y tampoco le preguntaré a Google.