miércoles, 1 de agosto de 2012

Lombrices y Cristo en calzoncillos

Era un domingo silencioso, tan silencioso como las tardes de domingo saben ser.

Me encontraba con mi hijo en la plaza de la villa. Yo le echaba vuelo en el columpio y escuchaba los no-ruidos de la tarde dominical y saboreaba por la ñata los olores a asado que salían de diversas casas y que se hacían cada vez más imperceptibles conforme pasaba el rato.

Columpiando a mi hijo, entré de pronto en un trance.

A propósito de un montón de tierra con desechos orgánicos que tenemos en el patio —auspiciado por mi hermana y su agronomismo— pensé en la descomposición de los cuerpos animales y vegetales. Pensé en la muerte y en las lombrices y bacterias o lo que sea que se alimente de los cadáveres en putrefacción.

Pensé también en que aquellos microorganismos y lombrices no hacen más que seguir su instinto biológico, contribuyendo a lo que Mufasa denominaba "el ciclo de la vida". Y la contribución de dichos organismos es innegable, independientemente si a alguien aquello le parece feo, asqueroso o poco higiénico.

Pensé también que en ese montón de tierra —llamése compost si se quiere— no hay lombrices, pero que en algún momento las habrá porque mi hermana desea ponerlas para acelerar el proceso de descomposición de los restos de frutas y verduras. Imaginé a aquellas lombrices como seres transplantados de un lugar a otro, para seguir con sus vidas tal como vienen programados biológicamente para vivirlas, ajenos a que su establecimiento en aquel ambiente fue manejado por un ser más grande que los instala allí arbitrariamente, según un determinado criterio, del que nada saben las lombrices. Una vez cumplido el objetivo, o por necesidad de re-organizar el patio, el montón de abono orgánico será desplazado o destruido y las lombrices morirán al no tener un ambiente en que sobrevivir, dejando tras sí el paso de generaciones y generaciones de bichos desde su arbitraria llegada a aquel lugar.

Y de un momento a otro pensé en el Planeta Azul, llamado Tierra, como un montón de desechos orgánicos que necesita ser descompuesto. Y pensé en que el factor descomponedor vendríamos a ser nosotros los humanos, y que allí radicaría el porqué nuestra especie tiene un carácter tan destructivo con el propio lugar en que vivimos. Probablemente fuimos transplantados hace millones de generaciones desde otro lugar a seguir actuando según nuestro instinto biológico, según una decisión arbitraria de algún otro ser arbitrario que nos habrá puesto acá por alguna razón.

La vida de un humano supera en extensión cronológica a la de una lombriz y, siguiendo esa lógica, perfectamente una vida humana no sería más que un parpadeo de los ojos de un animal más grande, que nos transplantó a otro montón de materia a seguir con lo nuestro.

Y pensar eso me asqueó, porque deja abierta la posibilidad a alguien para entrometer la idea de "dios" y de designios divinos, idea a la que trato de quitar todo carácter antropomórfico posible o, simplemente, eliminar —depediendo de la volá en que me vaya.

Pero más que eso, me asqueó porque creo en las utopías y en que el homo sapiens tiene la capacidad suficiente de construir un mundo mejor. Y el analogizar a la humanidad con lombrices transplantadas inconscientes y devoradoras, sirve para dar pie a aquellas personas conformistas que dicen "el mundo es así, nunca va a cambiar". 

Ahora bien, hay asuntos que quedan fuera de este análisis, como por ejemplo el establecimiento del momento en que el ser humano dejó de ser un animal armonioso con su entorno. ¿Y si la guerra es parte de la armonía con el planeta? Y allí radica otro problema, ya que también me interesa la construcción de un mundo sin guerra... o por lo menos que no haya guerras en que mueran los inocentes.

¿Entonces cuál es la naturaleza humana? Y empiezan a desfilar por mi cabeza Russeau y Hobbes... y desfilan también "el estado de naturaleza", "el buen salvaje", Maquiavelo y también el Materialismo Histórico y que el ser determina la conciencia. ¿Es culpa netamente del capitalismo el que el planeta se esté extinguiendo, devorado por la ambición humana y su falta de previsión?

Lo único seguro es que aquellas preguntas no serán respondidas a través de un blog. Y aunque fuésemos lombrices transplantadas, de todos modos dependemos del sol. Un día el sol se apagará y da lo mismo que hayamos cuidado o no el planeta. Pero para que eso pase queda una cantidad de tiempo inconmensurable para una mísera vida humana, que, como ya dije, no sería más que un parpadeo para un animal más grande. 

Y en realidad también una vida humana no es más que un parpadeo para la vida social, porque la sociedad sobrevive pero no los homínidos que la conforman; éstos mueren y son olvidados... la sociedad en cambio, se adapta y muta y sobrevive eternamente.

Así las cosas... el ser o no lombrices es una discusión ociosa, ya que podría especularse eternamente sobre la verdadera condición humana, a la cual muchos pretenden acceder por medio de religiones o de ideologías masticadas sin digerir, así como también podría especularse eternamente hasta que se apague el sol sobre la misión del homo sapiens en el Planeta Azul. Hay que vivir con nuestro inminente perecimiento personal y nuestro futuro olvido y destrucción, pero no por eso dejar de hacer algo por mejorar nuestro maldito parpadeo de vida, que al fin y al cabo es lo único que nos queda. Finalmente, más que un argumento en contra de quienes dicen que no vale la pena mejorar el mundo culiao, es una actitud de vida... una forma de caminar por el precipicio, avanzando con seguridad pero no engañándose con que uno es tan bacán y pulento que nunca se caerá al abismo.

Y salí del trance y volví a encontrarme dándole vuelo a mi hijo. Me dijo después que quería ir a los juegos de la villa de al lado que tiene un resbalín doble (tiene dos opciones para deslizarse).

Me senté en la banca a mirar a la sangre de mi sangre jugar. Había también una mamá veinteañera algo avejentada con su hija.

En esa plaza tienen una especie de jardín y un pequeño altar con la imagen de un Cristo crucificado con sangre chorreándole por donde dicen que le clavaron clavos.

La niña se acercó a la figura y quiso tocarla. 

— ¡No, no lo toques! —dijo la madre.
— ¿Por qué? —preguntó la niña con curiosidad y extrañeza ante la hiperventilada reacción de su madre.
— Porque es una imagen y algún día te diré para qué son las imágenes.

La niñita no representaba más de cuatro años, y me pareció que la explicación de su progenitora no le resolvió ninguna duda. Al poco rato se fueron.

Juan José seguía entretenido con el resbalín. Después que se fue la niña, se deslizó una vez más y se dirigió a la estatua del Jesús crucificado. Se acercó y lo miró de cerca... soltó una carcajada y dijo "¡Waaaaaaa está en puros calzoncillos!"

No pude evitar reirme con él. Su comentario fue el más pulento del Universo. ¿Acaso no es irreverente poner en los juegos de una plaza la figura de un hombre desnudo que sólo cubre sus genitales con una especie de género blanco?

Algún día la cultura en que nos desenvolvemos, la tele, el Aparato Represor del Estado y otros muchos elementos más, le darán a mi retoño pistas de quién dicen que representa la imagen de ese hombre en calzoncillos.

Discrepo del actuar de mi colega parental (en versión femenina). No hay que cagarle la mente a los niños con pudores y morbos que ellos no comprenden (y sinceramente, creo que no tienen por qué comprender). No contaminemos a nuestros críos y seamos lombrices buenas. 

Eso es todo por hoy. Nos vemos en el infierno. Amén.